The trick of Trick

Ah, mierda. Detestaba llegar tarde al desayuno porque nunca, nunca, quedaban de esas masas de avena que tanto le gustaban. La próxima vez iba a tener que pedirle a Shane que le avisara para bajar, aunque no, mejor no. El moreno seguro que aún seguía durmiendo en su habitación, sí, a lo mejor le convenía más pedirle a Frankie que lo hiciera. Él era mucho más responsable y seguro encontraría alguna forma de sacarla de ese mundo imaginario en el que se metía cada vez que dibujaba. Porque sí, había estado haciendo eso toda la mañana.

Era una persona relativamente madrugadora, incluso los domingos, excepto cuando había tenido que acostarse demasiado tarde la noche anterior. Le gustaba mucho el paisaje del castillo cuando caía el rocío matutino. Era una imagen que simplemente no se podía contemplar de otra manera que no fuera levantándose temprano. Y, en realidad, a ella no le importaba demasiado hacerlo. Además de que la noche anterior se había acostado temprano, pues había amenazado a Shane de muerte si no lo hacían.

Pero, bueno, el asunto es que el desayuno había sido completamente insulso sin sus masas de avena, por lo que no había tenido más remedio que contentarse con jugo de calabaza y atragantarse con lo que fuera que hubiera de alimento. Y, como ya no iba a perder la mitad de la mañana devorándose todas las cosas –esas que tanto le gustaba- que hubiera, podía tomarse el tiempo de mandarles la carta a sus padres que tenía preparada en el bolsillo. Sí, bueno, no hacía tanto que se había marchado de su casa, pero le gustaba mantener a sus padres informados y que estos, a su vez, le contaran en un tipo de código qué era lo que estaba sucediendo afuera de las murallas del castillo.

Sí, subió hasta la Lechucería, pero tardó alrededor de una vida para hacerlo. Sus piernas no coordinaban con precisión y a esas alturas ya le jodía bastante tener que vivir subiendo y bajando escaleras. Y quizás, si le hubiera puesto un poco de espíritu a todo el asunto, habría llegado lo suficientemente a tiempo para evitar que la lechuza de su mejor amigo lo terminara despedazandolo de pura locura que tenía. Pero, obviamente, no lo había hecho, pues Tabatha carecía completamente de ese sentido de intuición por los necesitados que la mayoría de las mujeres a su edad ya solían tener. Vale, corrección, que suponía la mayoría debían tener.

Y al final de su camino por las escaleras descubrió a un maltratado Longbottom que claramente había perdido toda su dignidad con la lechuza. -¡Frank!- exclamó, sorprendida, apurando los últimos escalones hasta su encuentro. -¿Pero qué mierda…?- y cayó en la cuenta del lugar en el que se encontraban y del corte en su labio, además de todos los años en los que había presenciado ese mismo estado en el león –Esa estúpida ave otra vez… ¿Jamás has pensado en exorcizarla o algo así? Está loca, Frank, loca- aseguró, mientras se acercaba un paso más a su amigo para tomarlo del mentón, alzar su rostro y analizar el corte desde su altura. –La desgraciada tiene las garras afiladas- comentó, encogiéndose de hombros, casi con cara de desagrado. –Siéntate, eso está comenzando a sangrar- ordenó, empujándolo hacia el escalón, con un tono autoritario bastante fraternal. –Tenemos que limpiar esa cosa antes que te conviertas en un hombre-lechuza- y sonrió, como si eso en verdad fuera gracioso.